Elpidio Menéndez confiesa que no duerme. No padece ningún trastorno del sueño. La necesidad lo obliga a permanecer en vela cada noche. Desde el sitio menos pensado, observa los contornos sin que nadie lo detecte. Su objetivo son los cuatreros que continúan diezmando el ganado, principalmente el vacuno y el equino, para saciar la demanda tanto de los consumidores como quienes revenden la mercancía al mejor postor.
Los campesinos cubanos que cuentan entre sus propiedades a este tipo de animales, corren el riesgo de ser despojados de uno o varios ejemplares, incluso en una misma noche. Basta cualquier fallo en la vigilancia para que se lleve a cabo el hurto y el sacrificio.
Las incidencias de este delito se mantienen altas, no obstante haber disminuido en algunas zonas del país, a partir de las medidas preventivas llevadas a cabo de forma individual o colectiva. Las altas penas de cárcel para los protagonistas de los robos, no ha sido suficiente para impedir la escalada de hechos que cada mes afectan a decenas de campesinos, independientemente del lugar donde residan. Algunas operaciones, cobran tintes macabros debido al temor de los bandidos a ser cogidos in fraganti. Cercenarle los perniles al animal aun vivo, es a menudo una realidad estremecedora.
En las prisiones ubicadas en provincias del interior del país, es notable el número de personas sancionadas por esta fechoría. En el tiempo que estuve recluido en la prisión de Guantánamo por ejercer el periodismo independiente como parte del Grupo de los 75, pude conocer el modus operandi de no pocos casos en que los objetivos eran vacas, caballos, cerdos y gallinas.
El uso de bulbos de anestesia, comprados en el mercado negro, para tranquilizar a las víctimas, antes de degollarlas o torcerle el pescuezo, es parte del procedimiento usado en estas faenas. “Yo le metía una dosis para matarlos en el momento. El infarto era seguro”, aseguraba un preso apodado El mono, especialista en este tipo de infracciones. Esa vez me relataba como él junto a dos cómplices se habían llevado de un corral un imponente cerdo de más de 300 libras. A causa de sus reincidencias cumplía una sanción de 30 años.
Salvo excepcionales avances en la eliminación de estas prácticas, el fenómeno sigue latente. Las ganancias a obtener por las ventas aseguran la continuidad de lo que constituye una pesadilla para no pocos campesinos. En La Habana una libra de carne de res se cotiza a no menos de dos pesos convertibles (aproximadamente 3 dólares). Este precio es el establecido por quienes trasladan el botín hacia la capital después de la ilegal matanza. En las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD), el estado la vende a cerca de 10 pesos convertibles el kilogramo (unos 13 dólares).
Se comenta que en los referidos centros comerciales, bajo el patrocinio del estado, lo que se oferta como carne de res es en realidad búfalo. Las vacas, aseguran diversas fuentes, solo son para la nomenclatura, sus allegados y los turistas extranjeros.
De a acuerdo cómo funcionan las cosas en Cuba, tal afirmación podría ser cierta. Es obvio que la considerable diferencia en los costos, inclina la balanza a favor del mercado negro. Siempre habrá compradores dispuestos a pagar por la carne proveniente de una vaca robada de algún potrero. Comerse un par de bistecs de esa procedencia requiere de cierta osadía. Por el peculiar olor que despide al cocinarla, muchos cubanos han terminado en la estación policía a causa de la denuncia anónima sobre una adquisición de dudoso origen.
No sé si Elpidio Menéndez podrá evitar que algunos de sus animales caigan bajo el cuchillo de los matarifes. Al menos le va ganando la batalla al sueño.
Su finca ubicada en una pequeña localidad de la provincia de Ciego de Ávila, a unos 400 kilómetros al este de La Habana, permanece en la mira de los cuatreros.
Por el momento las vacas, los cerdos, el par de caballos y la cría de pollos están seguros. ¿Cuánto tiempo durará su suerte?
Jorge Olivera Castillo
contacto: oliverajorge75@yahoo.com