Gestos chabacanos, palabras pedestres: la falta de educación sigue ampliando sus limites.
Gestos chabacanos, palabras pedestres: la falta de educación sigue ampliando sus limites.
Gestos chabacanos, palabras pedestres: la falta de educación sigue ampliando sus limites.

Por más que, desde los medios de prensa, se recabe la colaboración ciudadana para mantener limpio el ornato público y adoptar modales civilizados, la situación refleja una continuidad que lleva al sobresalto. Quien haya vivido en La Habana en los últimos 20 años, podría corroborar con cientos de ejemplos, el paulatino declive en ambos aspectos.

La falta de educación sigue ampliando sus límites no tan solo a partir de la cantidad de personas implicadas, incluidos no pocos profesionales; sino también respecto a la profusión de gestos chabacanos, palabras pedestres y actitudes que terminan por convertirse en puñetazos sin manos. ¿Quién que resida en la capital o la haya visitado ocasionalmente, no ha sentido esos golpes impunes que salen tras las columnas exteriores del Museo de Bellas Artes transformado en un urinario público? Tras el paso de los días, esas evacuaciones adquieren olores infernales de los cuales hay que evadirse con movimientos felinos. Es mejor soportar los rayos solares del mediodía que enfrentarse a esos vapores lacrimógenos sembrados en diversos portales de la urbe capitalina. Parques y escaleras de edificios multifamiliares se incluyen como destinos favoritos para los líquidos almacenados en las vejigas y los desechos que se acumulan en el tracto intestinal.

Es cierto que existen graves deficiencias en cuanto al número de baños públicos disponibles en la ciudad, pero eso no justifica un proceder que ya se toma como parte de una cultura marginal donde vale todo, sin importar las afectaciones al medioambiente ni el desparpajo de exhibir las partes intimas del cuerpo en los instantes de la evacuación. No solo mendigos y alcohólicos son los protagonistas de esas “decoraciones” fecales que causan tanto pavor sobre todo después del desprevenido pisotón en los albores de la mañana o bajo el tibio fulgor de la luna. A menudo, fundamentalmente jóvenes, no esperan llegar al inodoro de su casa. Les parece normal, si van en grupo, turnarse en la vigilancia para hacer sus necesidades fisiológicas.

Hace unos días una pareja de borrachos, hombre y mujer de la tercera edad, se las ingeniaban entre vahídos y lenguaje ininteligible, para orinar a pleno día en los portales de una de las tiendas de la céntrica calle Galiano, en el municipio Centro Habana. El espectáculo era dantesco. Finalmente, la mujer evacuó su vejiga apoyada en sus rodillas y las palmas de sus manos, ante la mirada absorta de los transeúntes y los gritos de rechazo. Sus partes pudendas quedaron al aire libre. El hombre trataba de cubrirla con movimientos torpes y sin posibilidad alguna de tener éxito. El espectáculo terminó con los dos revolcados sobre el charco de orina y la demorada intervención de la policía.

Ni el barrio del Vedado, situado en el municipio Plaza, se salva de algo que pudiera estimarse como un viaje de regreso al primitivismo. Otrora un sitio limpio y ejemplo de urbanidad, hoy no escapa del flagelo. Cada semana puedo observar como los dueños de perros y gatos, llevan a sus respectivos animales a la calle para que desocupen sus vísceras. Es una contradicción las facilidades existentes para acceder a las escuelas y el crecimiento en espiral de las posturas irracionales. El deterioro del vocabulario y la predisposición a zanjar los problemas interpersonales con el uso extremo de la fuerza, cierran el círculo de una tragedia.

Los términos casualidad, hechos aislados o exageraciones, quedan en los márgenes de estas historias. Algo falló en la construcción del socialismo. Afortunadamente a La Habana le queda algo de civilidad. Es un reducto dentro de un escenario que cada día adquiere mayores semejanzas a un zoológico.

Jorge Olivera Castillo

contacto: oliverajorge75@yahoo.com

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