(por Cuba Encuentro)
Cuando llegamos a casa de Antúnez, Juan Carlos González Leyva, Tania Maceda y quien escribe, nos pareció cosa de película. Estábamos frente a uno de los mitos vivientes de la oposición cubana. De hecho, cuando fue arrestado en 1990 ninguno de nosotros pensaba aún entrar a las filas de la disidencia.
Después del intercambio de saludos, me di cuenta de que los 17 años que estuvo encerrado en las cárceles cubanas no le habían quitado las ganas de sonreír, el sueño de una Cuba distinta y que, como dijo varias veces a quienes entraban y salían de su casa a saludarlo, nunca tuvo odios contra nadie.
La conversación que sigue se vio interrumpida por media docena de llamadas desde varios países. Los amigos de la libertad querían saludar a Antúnez el mito y a Antúnez el hombre. Así y todo, pudimos terminarla en un fuerte abrazo.
¿Cómo ve el pacífico Antúnez a Placetas, después de 17 años de encierro?
Tengo que mirarla desde diferentes ópticas. Desde el punto de vista arquitectónico, veo una ciudad en ruinas, es como si hubiera pasado por un saqueo o estuviera en estado de guerra, todo con carteles de amenazas por ese enemigo histórico que se nos ha impuesto. Hay una regresión. Yo estaba preso cuando empezaron a cambiar los vehículos, los equipos electrodomésticos, la ropa de la gente (que no quiere decir que el cubano viva mejor que ayer), pero es cierto lo que oí en la prisión sobre el ahondamiento de las diferencias sociales. Lo he podido corroborar, pero Placetas, mi pueblo, mi barrio, me dio lo mejor.
La gente que siempre quise estaba ahí en el recibimiento, saludándome y brindándome su mano. Que hayan venido a demostrarme que tengo una familia más allá de los lazos sanguíneos, eso me deja el aliento de que estos 17 años no han sido en balde.
Una buena parte de su juventud quedó entre rejas…
Figúrate tú. Nunca tuve oportunidad de visitar mi casa, ver a mi madre enferma. Ahora mismo, no lo puedo negar, todavía siento el peso del ensañamiento, del rigor sobre mí. Estoy en estado de shock. Me pasaron mil veces de una prisión a otra, de una celda pestilente y sucia a otra horrorosa o más. Pero pienso rebasarlo.
Yo tenía 25 años de edad; era un joven lleno de esperanzas, un soñador como otro cualquiera y me arrancaron abruptamente del seno de mi familia por el solo hecho de manifestarme abiertamente contra el régimen y exigir los derechos no sólo de mis hermanos de lucha sino de todo el pueblo.
Quisiera que me creyeran, no me siento derrotado, mi silencio no lo compra nadie. Seguiré mi lucha como sea. No quiero regresar a prisión, pero no voy abandonar lo que tanto me costó mantener. No tengo por qué hacerlo. Las cárceles son las mismas, la represión ha aumentado, hay más presos, más golpes. ¿Por qué voy a parar?
¿Y la gente…?
Hay un cambio, hermano, hoy mismo cuando vinieron las agencias de prensa extranjeras a entrevistarme, la gente pasaba y saludaba. En otros tiempos no lo hubieran hecho. Por donde paso, yo, un pobre desconocido, es como si pasara un hombre de la talla de Librado Linares, Oscar Elías Biscet, Ángel Moya, Juan Carlos Herrera Acosta, los hermanos Ferrer García, que sí eran conocidos en Cuba porque se lanzaron a la lucha pacífica, pero se dieron a conocer entre la gente.
Por ellos, por los presos, tenemos que redoblar la lucha. Lo mejor de Cuba no puede extinguirse en las prisiones.
Se insiste hasta el cansancio en que no hay racismo en Cuba, pero al pie de las mismas aseveraciones aparece el bichito de la deuda que no se ha saldado aún…
Sí, sí. Dicen que no hay, pero lo dicen bajito. El racismo en Cuba forma parte de la política represiva del gobierno. Te pongo un ejemplo. En los países democráticos puede haber una manifestación de racismo, un hecho racista, pero hay leyes que te protegen de eso. En Cuba no. Ser negro delante de un tribunal en Cuba constituye una agravante. Si eres opositor, peor para ti, porque nos han tratado de utilizar diciendo que lo que somos «lo debemos a la revolución».
Desde que era un niño me están diciendo que en Estados Unidos te echan los perros y esas cosas, pero yo soy negro, no he salido de mi país y la policía política me echó los perros [enseña las marcas al entrevistador, las desgarraduras en un muslo]. Y mira cómo quedaron las huellas de los caninos en mi cuerpo. He sido víctima del racismo, oigo las voces ahí, diciendo: «Negro, te vas a morir; negro, prepárate que ahí van los perros», y me los echaron. No es lo mismo ser un negro opositor que un blanco opositor, un preso político negro que uno blanco. El uno sufre más que el otro.