"No hay que esforzarse para conocer que vender periódicos es para él una emergencia, quizás su único medio para soslayar los zarpazos del destino"

"No hay que esforzarse para conocer que vender periódicos es para él una emergencia, quizás su único medio para soslayar los zarpazos del destino"
Un vendedor ofreciendo periódicos en una de las calles cubanas.

Cada mañana desanda el barrio con sus botas desgastadas, pantalones anchos y camisas marcadas por las arrugas y el sudor. En su manos, el producto que le proporciona el sustento. No pregona, no hace ademanes para atraer clientes, solo camina por las calles y de vez cuando, se atrinchera tras las columnas que sostienen innumerables edificaciones, con un racimo de periódicos colgados en uno de sus antebrazos. No sé si puede vender toda la mercancía, pero por el tiempo que lleva realizando la actividad, es factible imaginar que al menos puede procurarse lo imprescindible para mantenerse vivo.

Recuerdo la primera vez que lo vi con decenas de ejemplares recorriendo el barrio, como siempre envuelto en su mutismo y con el reflejo de la angustia en su rostro. No hay que esforzarse para conocer que vender periódicos es para él una emergencia, quizás su único medio para soslayar los zarpazos del destino.

Día a día se expone al decomiso y las multas. Ejercer esa labor por cuenta propia no está contemplado en la lista de actividades aprobadas por el gobierno. La prensa solo se puede vender en los estanquillos del estado, fuera de ahí, es un acto que se tolera a discreción por policías e inspectores. Para contar con esos beneplácitos es preciso tener a mano el dinero que transforma la intransigencia en sonrisas de aprobación. Imagino que el sujeto a que me refiero en esta crónica, también haya tenido que participar, alguna vez o de manera recurrente, en estos arreglos tras bambalinas.

Estos vendedores a los que no se les puede llamar furtivos, ya que proliferan en diversos rincones de la ciudad durante el día; por cada ejemplar vendido perciben no menos de un 200% de ganancia. Inicialmente adquirido a un precio que oscila 20 y 50 centavos en moneda nacional, es ofertado a un peso. Por supuesto que al hacer este tipo de análisis habría que apuntar, en aras de facilitar la comprensión del asunto, las eventuales “mordidas” de agentes del orden y del personal preparado para enfrentar los llamados delitos económicos. Si no llega a ser por estos bolsones donde reina la anarquía, muchas personas pudieran haber muerto a causa de problemas asociados a la desnutrición o el stress.

Es difícil explicar el funcionamiento de un mecanismo que se sustenta a partir de la ilegalidad y que se ha desarrollado a causa de las absurdas leyes socio-laborales, sin dejar de mencionar la vigencia de un diseño económico despojado de racionalidad. Lo que verdaderamente asombra es el número de implicados y la amplia gama de subterfugios para infringir las leyes vigentes. Son pocos los que pueden desembarazarse de una realidad que podría ilustrase como los vientos en espiral de un tornado. No hay quien pueda con el poderío de esas fuerzas centrípetas. Con más de medio siglo de práctica, el problema se ha convertido en algo pintoresco. De vez en vez, hay escarmientos que pasan inadvertidos entre la incuestionable codificación de la indisciplina y el relajo.

Del vendedor de periódicos que abordo en estas líneas solo podría decir que se llama Luis. Con alrededor de 50 años de edad parece un anciano. Estuvimos en la misma aula cuando cursaba la enseñanza primaria hace 40 años. Quiero conocer los pormenores de su desastre existencial, pero me huye.

Cada semana lo observo, caminar con sus amplias zancadas por los alrededores del barrio. Siempre en silencio con su carga de periódicos y dispuesto a esquivarme con la rapidez de un lince.

Jorge Olivera Castillo

Sindical Press

contacto: oliverajorge75@yahoo.com

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