La actualización del socialismo es una frase que no consigue superar los límites de la retórica. De lo previamente promulgado a lo que termina implementándose va un trecho cada vez más amplio. Cada acción con vistas a enmendar un error económico o sindical se convierte en motivo para que surjan otros.
Los pocos éxitos que el gobierno ha obtenido en su tímido programa de reformas, habría que contarlo entre las casualidades. Son como tiros al azar realizados con una ametralladora y sin escatimar municiones.
Por supuesto, ningún disparo cerca del centro del objetivo, pero definitivamente en el lugar ideal para presentarlo como triunfos ante un pueblo que apenas disimula las muecas de agravio y la verborrea de la desesperación.
Las razones para volver a caer de bruces en el pesimismo, parten de la garganta de María del Carmen Concepción, ministra de la Industria Alimentaria y Pesca.
Sus llamados a respetar la resolución 9 del Ministerio de Seguridad Social que avala el sistema de pagos de acuerdo a los resultados laborales, es una prueba de la inviabilidad de los cambios, que en su conjunto, buscan alcanzar plausibles márgenes de eficiencia en los centros productivos y de servicios, estatales.
La postura crítica de la funcionaria se produjo a partir de los datos aportados en las diversas reuniones sindicales efectuadas durante el año precedente.
Los índices negativos en numerosos centros pertenecientes al sector de la alimentación y la pesca, respecto a la falta o irregular compensación monetaria a los trabajadores que sobrecumplieron el plan, es un hecho que continúa repitiéndose, fenómeno que convierte en letra muerta los pliegos de decretos y resoluciones aprobados para sacar a la economía del estancamiento.
Es decir que miles de obreros siguen siendo víctimas de un sistema económico que no logra saltar las barreras de la ineficiencia.
Sin una revisión, a fondo, de las concepciones, tanto económicas como laborales y sociales, sin olvidar las de carácter político, es imposible un salto hacia la racionalidad. Un parámetro a conseguir, cuanto antes, debido a la peligrosa generalización de los problemas.
La suma de improvisaciones y actitudes voluntaristas, no podían conducir a otro destino que no fuera este, donde la corrupción, la improductividad y el parasitismo social, entre otras quebraduras, definen el comportamiento de millones de cubanos, independientemente de las apariencias.
Los trabajadores tendrán que continuar a merced del delito como forma de supervivencia. No hay alternativas reales para que sus economías mejoren.
Es demasiado tarde para seguir con los parches. Hay que recurrir al desmontaje como preámbulo para una nueva construcción. Arreglar las ruinas no es algo sensato. Por eso es que se repiten los fracasos tal y como lo refleja el semanario trabajadores en uno de los artículos publicados en la edición del 27 de febrero.
Todo comienza y termina con habladurías que solo consiguen aplazar las soluciones.
La ministra de la Alimentación y la Pesca, tiene que hacer su papel en esta tragicomedia. Sus exhortaciones a rectificar las injusticias salariales son parte del ritual.
Palabras que pasarán inadvertidas entre el flujo y el reflujo de una revolución que hace tiempo dejó de ser un mar de virtud y esperanza.
Hoy, es un charco de agua estancada.
Jorge Olivera Castillo
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