3331684051_eac945d188La Cuba posmoderna es una sociedad estratificada racialmente. Para muchos observadores y estudiosos, la nuestra continúa siendo una comunidad secularmente racista, marcada por el trauma de la esclavitud, ya que las heridas provocadas son aún visibles en el cuerpo íntimo de la sociedad.

Racismo, discriminación y prejuicios son dispositivos ideológicos coloniales, que continúan operando orgánicamente bajo el manto de la impunidad, lastimando la dignidad humana ya que no se han atacado sus bases logísticas. Son estas heridas de las cuales la sociedad no se ha logrado recuperar en lo que constituye un peligroso combustible que amenaza la integración de nuestra ecología social.

Este es uno de los tejidos más dañados pues se impone como una roca firme dispuesta a resistir, ante la ausencia de una pedagogía antirracista. Ambos fenómenos son ejercicios de poder hegemónico que aún levantan barreras internas pues se encuentran cómodamente instalados en la macro conciencia social, patologías con personalidad propias que forman parte de la historia clínica de la nación.

En la sociedad cubana a la par del discurso del odio, se legitima la discriminación por el color de la piel. Existen patrones de impunidad y ambiente de apoyo que lo naturalizan, la ideología del color es una mascara social y política que todavía impone su hegemonía, es unos de los espejos de la violencia que siguen fermentando internamente el cuerpo social, asumiendo nuevos rostros proteicos, sobreviviendo contra viento y marea.

Tras el movimiento sísmico de 1959 y el desmantelamiento de una sociedad civil de arquitectura racista, actores políticos y sociales interpretaron la llegada de un nuevo orden como el ascenso social de los afrodescendientes y la oportunidad para la abolición del racismo.

Líderes de opinión, intelectuales, políticos y sindicalistas pensaron que Cuba había llegado a un proceso de emancipación de la dignidad humana, a un verdadero proceso de integración.

Durante los primeros años se organizaron foros, campañas organizadas por instituciones profesionales, estudiantiles, políticas, religiosas y sindicales, se organizaron bailes interraciales, banquetes de fraternidad, periodistas y escritores publicaron artículos sobre la temática, hubo una integración gradual de establecimientos públicos y recreativos.

En la Segunda Declaración de La Habana de febrero de 1962 se declaró que la revolución bajo la dictadura del proletariado había erradicado la discriminación por motivos de raza o sexo, esto fue reproducido en documentos oficiales, por la prensa e incluso en los centros de enseñanza, para el mundo la abolición de la discriminación fue abortada en 1962.

Los intelectuales afrocubanos que durante la república denunciaban las limitaciones de la democracia racial perdieron sus bases principales de apoyo institucionales. En los clubes asociaciones y en la prensa, el llamado programa de integración que proponía la revolución traicionada, dejo poco espacio para que persistieran voces e instituciones racialmente definidas.

El silencio sobre el discurso de naturaleza étnica fue condenado a la conspiración precisamente del silencio, todo subordinado a mezquinos intereses. Las religiones de origen africano no eran apreciadas por la ortodoxia oficial como formas culturales sino como un obstáculo en la construcción del socialismo tropical y la formación del llamado hombre nuevo.

El espejismo de la igualdad se aceptó como un hecho consumado y la problemática se convirtió en una trinchera abandonada en la agenda doméstica, no así en su cruzada por la búsqueda de aliados en la arena internacional donde cínicamente las autoridades apoyaban la lucha de los afros americanos. La lucha anticolonialista en África y la política exterior se convirtieron en un dispositivo de seducción de los movimientos populistas y se emplearon para desviar la mirada de los problemas raciales internos.

El discurso autónomo encontró resistencia oficial por parte de los comisarios de turno; intelectuales y sindicalistas que trataban de incentivar el debate sobre cómo combatir la problemática racial, fueron reprimidos ideológicamente: unos condenados al ostracismo y otros al destierro y a la muerte civil. Se desarrollaron operaciones de marginación y exclusión. La parametración del investigador Walterio Carbonell, del dramaturgo Tomas González, Eugenio Hernández Espinosa y en menor medida de la cineasta Sara Gómez, fueron hechos concretos; muchos documentales de esta última continúan silenciados.

Víctimas también fueron Juan René Betancourt y Carlos Moore y la generación del Puente; grupo literario que fue considerado por las autoridades como el renacer de una especie de black power, todos bajo la lupa de la policía política, fueron acusados de amenazar la unidad nacional y de tratar de provocar el colapso del sistema.

A 50 años de un movimiento sísmico, que nos confiscó el futuro y nos cambio la vida a todos, la sociedad aún no cuenta con una real emancipación de su población negra y mestiza, ella todavía es rehén de la desventaja social y de la incertidumbre, una parte nada despreciable, continúa anclada en los campos de concentración de la extrema pobreza y confinada a la escala más baja de la pirámide social.

Muchos afrodescendientes consideran a Cuba un país inhabitable e inseguro, en el cual no se sienten cómodos pues el color de la piel y el látigo de la discriminación los condena. Se sienten sujetos con una ciudadanía mutilada y, como grupo poblacional en riesgo, impactado por la arbitrariedad, la intolerancia y la violencia.

Negros y mestizos son por tanto, objetos de todas las deformaciones en el imaginario de una sociedad históricamente racializada. Su palabra continúa siendo tenida por licenciosa y maldita; sus prácticas corporales religiosas y sexuales como profanadoras y enemigas de la racionalidad. El dolor histórico de la discriminación se sigue sufriendo, y afecta a toda la sociedad. Es una humillación permanente que debe ser desmantelada para lograr la integración de nuestra socio-diversidad y para ello hay que mirar de frente al racismo, no subordinarlo a plataformas oportunistas diseñadas por los aparatos ideológicos, lo cual exige tomar una determinación ética y política, para emplazarlo públicamente.

Juan A. Madrazo Luna
Coordinador Nacional del CIR
Email:cubainterracial.gl@gmail.com

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