images2De entre todas las tantas cosas de las cuales los cubanos carecemos, podríamos señalar que no contamos con una cultura de envejecimiento. No sabemos envejecer, tampoco estamos preparados para ello. En los últimos 50 años hemos envejecido mas rápido de lo que hemos aprendido a hacerlo. Una alta cifra nada despreciable de la Familia de hoy no esta preparada para asumir el proceso de envejecimiento, son las mujeres las que más sufren el proceso, donde se concentra el mayor peso de las obligaciones cotidianas.

En la Cuba contemporánea hoy somos pocos los nietos, para cuidar muchos abuelos. Cada día, en la sociedad, se va sintiendo «el síndrome del nido vacío». La dinámica sociodemográfica del país apunta a eso, lo cual es parte ya de nuestra historia clínica. Uno de los cambios típicos de la sociedad cubana es que la gran mayoría de los abuelos han perdido el papel de autoridad tradicional no solo sobre la familia, sino también sobre los nietos.

Desde los 90, la atmósfera social registró un giro de 180 grados, en el cual los ancianos se llevaron la peor parte. Ser un «adulto mayor», término que se ha convertido en una máscara social, implica un alto riesgo. Quienes transitan por esta estación de la vida, sienten su belleza agredida y lesionada, su autoestima violentada. Muchos afirman que su paso por la vida no fue productivo. Hoy, los gobierna la humillación, están marcados por las desigualdades, sienten en sus espaldas el peso de toda una Isla y la derrota de un experimento político en el que muchos apostaron y fracasó. La depresión, soledad, miserias humanas, discapacidad, son eslabones que han tomado por asalto sus vidas.

Hilda Sarria y Lidia Oquendo son dos ancianas de 70 años, ambas vecinas de la barriada del Vedado, me confiesan que, si no hubiera sido por la familia, les hubiera sido difícil continuar sobreviviendo. Algunos solicitan a diario despedirse de la vida, otros sienten cada vez más miedo a la realidad, preocupados, y con frecuentes ganas de llorar.

Consideran que su vida esta vacía, los que pueden buscan como antídoto el consumo de alcohol, aun así consideran que las penas no saben nadar en un teatro de operaciones donde sus oportunidades son bien limitadas. La angustia ambiental es más acentuada en los ancianos que llevan una vida vegetativa, sufren carencias nutricionales, los asaltan sentimientos de inquietud, preocupación y estados depresivos o de ansiedad, la inhibición y la irritabilidad, sentimientos de inutilidad y confusión

Es triste ver en una ciudad que aún no se levanta de sus múltiples ruinas, la cantidad de ancianos que tratan de sobrevivir día a día, ejerciendo las faenas, menos imaginable, desde buzo, lo cual es toda una red que va en incremento. Registrar la basura le reporta objetos útiles para su uso particular o doméstico, materia prima que venden al Estado, o trabajadores por cuenta propia, lo cual aseguran recibir buena remuneración.

La mendicidad y ser cartomántica es una rutina de vida. En la célebre esquina de Monte y Cienfuegos en la Habana Vieja no es difícil encontrar una súper abuela que ofrezca un servicio sexual de emergencia a un joven desamparado. En muchos hogares los ancianos parece que sobran, no encuentran un sitio en las familias, el internamiento en un asilo se convierte en una odisea, su muerte es casi planificada.

La vida para ellos hace mucho se detuvo, perdieron energías e incentivos. Hoy es frágil, del presente no esperan nada, aunque respiren, caminen o hablen,  hace mucho perdieron el motivo de vivir, se apagaron todas las esperanzas. Un presente así a todos nos asusta, hay que defender el futuro.

images1Juan Antonio Madrazo Luna

Coordinador Nacional del CIR

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