Hace exactamente un año, la presentación en la Habana de la tropa del Royal Ballet fue una poética irrepetible. Un sueño que muchos pudimos acariciar y vivir, gracias a la gestión de Carlos Acosta, la gran estrella cubana de esta embajada cultural transnacional, quien invirtió toda su energía en unificar fuerza y sumar colaboradores.
El Royal Ballet considerada como la mas importante compañía del Reino Unido y entre la mas prestigiosa del mundo, definida por la exactitud de sus montajes, el rigor de las interpretaciones, el preciosismo en los vasos comunicantes entre danza/ música nos sedujo a todos. Seducción es la palabra clave de esta presentación construida sobre la personalidad y excelencia danzaría de Mónica Mason. Quienes tuvimos el privilegio de disfrutar de las presentaciones de la excelente compañía nos deleitamos con obras como Un día en el campo, joya del repertorio contemporáneo del Royal, Chroma de Wayne McGregor coreógrafo residente de la compañía, cuya obra fue merecedora de reconocimientos internacionales como el Premio South Bank Show de Danza y el Premio Lawrence Oliver a la mejor producción en el universo de la danza en el 2007.
Uno de los diálogos de parejas mas logrado y esperado por el público fue la superproducción Manon, un clásico del ballet contemporáneo, opera silente, ballet con elementos de teatralidad y pantomima interpretado por la española Tamara Rojo y Carlos Acosta. Todos nos enamoramos de la fuerza expresiva de ambos artistas, para deleite del publico fueron capaces de conciliar sus temperamentos en un trabajo sostenido, tanto en la técnica como en la interpretación, en una obra muy exigente de intervenciones constante. También hicieron gala de maestría en el pas de deux del tercer acto de El Corsario donde se vistieron de largo en sus variaciones individuales.
Cada una de las presentaciones fue concebida como un disfrute estético para público e interprete, un espectáculo de primera línea gracias a la maravilla de confluencias y estilos.
Con relación a los códigos de las diferentes escuelas fueron notables. La escuela cubana tiene una fuerte influencia de la escuela rusa, aun en la posmodernidad las diferencias, la diversidad y la integración son rara avis. La escuela del Royal nos embrujo por su diversidad, por su rosario de razas, en la cual la escuela cubana es una arqueología emocional que aun esta lejos de ser un elemento integrador de nuestra identidad. Ese singular rosario de razas que identifica la cubanidad, es una asignatura pendiente en esta compañía. Aun los textos testifican que la historia del ballet clásico en Cuba es excluyente. El Ballet Nacional forma parte de la identidad, aun con sus zonas de sombras, el color de la piel es un capitulo en la historia del ballet silenciado.
La imagen más fuerte de un bailarín negro cubano es Carlos Acosta, aun con una carrera exitosa continua siendo un desconocido para la mayoría de sus coterráneos.
En ese ambiente de apoyo a la marginación y la invisibilidad contribuye muchísimo la prensa oficial. A Carlos Acosta la prensa especializada norteamericana lo ha definido como el puente que llena el vació entre Rudolph Nureyev y Mikhail Barishnikov, sus dotes técnicas y artísticas le han permitido imponerse como Primer Bailarín invitado del Ballet de Houston (1993-1998), Royal Ballet donde en el 2003 fue nombrado, American Ballet Theater, English National Ballet, Ballet del Teatro alla Scala de Milan, los Ballets Bolshoi y de San Petersburgo en Rusia, los Ballets de Stuttgart y Munich en Alemania, el Ballet Nacional Húngaro, el Ballet de Santiago de Chile, el Ballet de Boston, el Ballet del Teatro Colon de Buenos Aires, el Teatro Nuevo Ballet de Tokio y Ballet Nacional de Cuba donde desde 1994 ostenta el rango de primer bailarín. Único bailarín cubano que ha bailado en la Opera de Paris, Premio Princesa Grace Kelly. Su memoria publicada por la editorial Harper Press bajo el titulo de No Way Home aun es desconocida en Cuba, al igual que la producción independiente de Natalie Portman en la cual Carlos es protagonista de su primera película New York, I Love You.
En la mas reciente historia del Ballet Clásico en Cuba publicada por la editorial Letras Cubana cuyo autor Miguel Cabrera, historiador de la entidad se omiten muchas figuras que un día formaron parte de su nomina, particularmente los pocos afrodescendientes que lograron ingresar a sus filas, pues estamos ante un gremio marcada por la exclusiones. Esta escuela ha perdido varios diamantes, los cuales mucho han triunfado sobre la resistencia. La marginación es un sentimiento que en muchos ha producido rabia, silencio, suicidios y sentimiento de humillación.
Entre esos casos contamos con Caridad Martínez la primera mulata que hizo carrera en la Isla y nunca pudo interpretar a Giselle por ser negra. Para la directora del Ballet Nacional de Cuba Alicia Alonso ella era una mulata con tambores sonando por dentro, para su asistente, la étnica de la compañía. Fundadora del Ballet Teatro de la Habana, un performance de modernidad en la Cuba de los 80, hoy no esta registrada en el Museo del Ballet como otros cubanos han sido borrados, los comisarios de la cultura nunca le perdonaron que se atreviera a ser libre, hoy es la flamante directora del Ballet de Brooklyn. Otra bailarina excepcional de la cual hemos sido testigo es Catherine Zuasnabar quien ha integrado las filas del Ballet Siglo XX de Maurice Bejart.
Bajo la dirección de Alicia Alonso, los bailarines negros nunca ocuparon el lugar que le correspondía, el mestizaje siempre ha sido una quimera. Hoy se invisibiliza el paso por el ballet nacional de figuras como Andrés Williams quien tenia un sentido natural de la danza, con una arrogancia escénica muy propia. Otros casos de bailarines negros olvidados son Pablo More, Rosa Ochoa, Alberto Terrero, Alexander Pereda, Roberto Machado, Fidel García, Víctor Carnesolta, Amilcar More González quien paso por el Joven Ballet Francés y hoy forma parte de una compañía alemana, Gabriel Sánchez y Julio Arozarena, es un bailarín polifacético en el cual se mezclan lo clásico con lo contemporáneo.
Todos son rara avis de una coreografía nacional la cual dignifican allende los mares, todos han triunfado sobre la resistencia, para ellos las penas han sabido nadar, ensanchan los márgenes precisos de su Isla. Existen tres generaciones de bailarines cubanos dispersos por el mundo, los jóvenes aprovechan giras para cruzar fronteras, pedir asilo, quedarse en terceros países. El Ballet Nacional ha perdido casi graduaciones entera, ojala aun no sea tarde y en una Cuba no muy lejana podamos disfrutar sobre las tablas a los artistas antes mencionado sea como interprete o coreógrafo junto a otras figuras como Rolando Arencibia, José Manuel Carreño, Lorena y Lorna Feijoo, los hermanos Yat Sen y Lienz Chang, Galina Alvarez, Jorge Esquivel todos ellos son joyas que interpretan el espíritu de danzar lo cubano.
Una compañía como el Ballet Nacional de Cuba con una personalidad casi propia, necesita para apuntalar su identidad del equilibrio de las diferencias, en la que todos sean protagonista, que algún día los personajes clásicos de Sigfrido, Albretch y Romeo puedan ser interpretado por príncipes negros, ahí esta José Carlos Lozada quien pudiera ser otro Carlos Acosta si la suerte lo acompaña, la técnica la tiene pero su color de piel preocupa, se necesita desmantelar prejuicios, autonomía y libertad creativa que permitan a estos embajadores de la danza dignificar y elevar la majestuosidad y autoestima de su Isla.
Coordinador Nacional del CIR