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"El pasatiempo nacional constituye más que pasión cultural de los cubanos"

El programa de análisis especializado sobre deportes de la televisión nacional “Al duro y sin guante” nos trajo hace pocos días interesantes y sorprendentes valoraciones sobre el actual estado del beisbol cubano y sus perspectivas en el contexto internacional en un momento de crisis tan evidente que parece haber sonado la alarma en las alturas.

El pasatiempo nacional, el juego de béisbol, constituye más que pasión cultural de los cubanos. Con más de ciento treinta años de presencia este deporte está estrechamente relacionado a nuestra historia, de hecho varios de sus primeros cultores estuvieron vinculados a las luchas por la independencia. Muchos son los éxitos y figuras relevantes aportados por este complejo y emotivo deporte a lo largo de más de una centuria de hazañas y emociones.

Sin embargo ni las muchas glorias acumuladas, ni la persistente pasión de los aficionados puede impedir que el pasatiempo nacional sufra la más grave de las crisis. Ya no se trata solo de los retrocesos y derrotas sucesivas en el escenario internacional o el éxodo continuo de jugadores noveles y establecidos, el caso es que la pobre calidad del torneo elite de la disciplina, el cual por cierto vive su quincuagésima primera edición, resulta tan evidente que decepciona a los más fieles aficionados y comienza a preocupar en serio a las muy poco críticas autoridades políticas y deportivas del país. El desastre es tal que hace tan solo unos meses llegaron a Cuba especialistas japoneses para impartir lecciones de pitcheo y bateo a entrenadores y atletas.

A estas alturas la inquietud es lógica: estadios vacíos, indetenible éxodo de estrellas y jóvenes prospectos, debilidad ostensible en varios renglones de juego y un retroceso evidente en la preferencia popular, sobre todo en los jóvenes, ya se hace notar que los más bisoños aumentan su afición futbolística en detrimento de la sempiterna pasión nacional, lo cual resulta lógico pues cada semana disfrutan a través de la TV del mejor futbol del mundo, incluida trasmisión casi completa de Mundial, Eurocopa y Copa América en competencia con un beisbol de cada vez peor calidad.

Los comentaristas convocados al mencionado programa se extendieron sobre el evidente retraso de nuestro beisbol en la arena internacional donde no encuentra vías para vencer a sus rivales más enconados. Los especialistas llegaron a preguntarse: ¿Por qué se ve en Cuba el mejor futbol internacional y no el beisbol de la Ligas Mayores?

Nuestros ingenuos comentaristas, que parecen haber llegado ayer a Cuba no saben que esa pregunta tienen que hacérsela directamente a los gobernantes que durante años han convertido en tabú al beisbol profesional, enajenando a los aficionados cubanos de los mejores circuitos beisboleros y sobre todo de la hazañas de nuestros compatriotas en esos escenarios foráneos.

Obviamente ninguna realización humana puede desenvolverse con éxito ni excelencia colocándose de espaldas al desarrollo y al contacto fluido con sus para iguales. El intercambio con el beisbol y los jugadores de mayor calidad que ha propiciado las dos ediciones del Clásico Mundial (2006 y 2009) ha demostrado sin dudas, que el roce y fogueo competitivo al mayor nivel son esenciales para mantener la calidad y aspiraciones de liderazgo, que los jugadores cubanos cuentan con talento y calidad para competir a ese máximo nivel, siempre y cuando cuenten con las adecuadas condiciones y preparación, y sobre todo que se puede ser estrella mundial y multimillonario y a la vez personas amables, caballerosas y amantes de su patria.

La calidad y potencialidades del beisbol cubano son innegables, pero ese aislamiento de tantas décadas va cobrando un precio alto en calidad y resultados. Caso contrario es el de Holanda, un país tan pequeño como Cuba y sin tradición beisbolera que en los últimos años ha crecido en este deporte hasta vencer dos veces a Cuba para llevarse por primera vez el título mundial en la edición celebrada el pasado año en Panamá.

El caso es que una reforma estructural y estratégica profunda requiere la pelota cubana si no queremos ver peores actuaciones internacionales y disminución ostensible del respaldo de los aficionados.

Sin embargo, más allá de la imperiosa necesidad de cambios, ese coqueteo verbal con el beisbol profesional y la visita de los directivos de la Serie del Caribe ─torneo de campeones de las ligas de invierno de la región─ está motivado por el interés del cirujano ortopédico Antonio Castro, hijo del máximo líder para más señas, quien por puro capricho dinástico se ha convertido en vicepresidente de la Federación Internacional de Beisbol (IBAF) y en regente del deporte nacional.

Todo parece indicar que este señor, cuyas nuevas investiduras constituyen una soberana falta de respeto a los aficionados y a los muchos hombres de pueblo que han dedicado su vida al beisbol, pretende en realidad beneficiarse de los resultados materiales que produzcan los nuevos derroteros que siga la pelota cubana y de paso mantener control sobre los atletas y sus actuaciones.

La desfachatez del hegemonismo dinástico que ahora personifica Tony Castro no es nueva en el beisbol, no debemos olvidar las veces en que su padre ha actuado como director supremo, también en este campo.

Para enfrentar la crisis en que se hunde la pelota cubana es necesario desterrar los retrógrados esquemas estructurales que tanto lastran la calidad competitiva y el espectáculo mismo, dejar de considerar traidores a los jugadores que deciden actuar en otras latitudes y permitir a los aficionados disfrutar y enorgullecerse de sus éxitos, pero sobre todo propiciar el adecuado fogueo de los atletas en los mejores escenarios.

Si las autoridades no demuestran valor y determinación para introducir los cambios que ya se han demorado mucho, lo que queda del beisbol cubano se derrumbará como todo lo que tocan los Castro.

Leonardo Calvo Cárdenas

Historiador y politólogo

contacto: elical2004@yahoo.es

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