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Arrugas de la ciudad, proyecto de José Parla y JR.

Por Víctor Manuel Domínguez (Sindical Press)

El ambiente de libertad creativa que respiraron los asistentes a la Oncena Bienal de La Habana, fue tan fugaz como algunas instalaciones y performance de arte efímero diseminadas en la ciudad por alrededor de 180 artistas de 43 países.

La prohibición de que los artistas Guillermo Portieles y Nestor Arenas, residentes en la Florida, participaran como invitados en la exposición alternativa del pintor cubano Luís Trápaga Brito, demuestra que si Cuba es una casa tomada por el arte, también lo está por la Seguridad del Estado.

Según dijo Trápaga a martinoticias.com, la policía política los citó a los tres, y bajo el argumento de que “el Ministerio de Cultura tenía prohibido todo evento alternativo o paralelo a la Bienal de La Habana que no estuviera oficialmente registrado”, amenazó con deportar a sus invitados hacia Estados Unidos, sin derecho a regresar jamás a la isla.

Sin embargo, Jorge Antonio Fernández Torres, director de la Oncena Bienal, expresó en el programa El arte por todas partes, trasmitido por la Mesa Redonda de la televisión cubana, la satisfacción de los organizadores con las muestras alternativas.

En su intervención, el también curador y crítico de arte significó la importancia de proyectos colaterales como Travesía, de la Fundación Browstone (USA); Acción 135, de Hermann Nitsh, y Surcando la ciudad sin arrugas, de José Parlá, entre otros.

Asimismo, se congratuló por la presencia en la Bienal de artistas cubanos radicados en diversas naciones extranjeras, como son Toni Abat, Jorge Perum, y María Magdalena Campos, por sólo citar algunos de los de mayor renombre invitados a exponer en la isla.

Como todo parece indicar, la prohibición de que Trápaga expusiera junto a sus invitados, tiene más de censura por razones políticas que por falta de autorización oficial para muestras alternativas.

Según cree, “el hecho es en represalia a su persona por participar en los eventos que realizan en sus casas la bloguera Yoani Sánchez y el director de Estado de Sats, Antonio Rodiles”.

Al parecer, El barco de la tolerancia, instalación proyectada en los inicios de la Bienal por los artistas serbios Ilya y Emilia Kabakoc en áreas aledañas a la bahía habanera, no alcanzó uno de los votos formulado en el gigantesco mural en que fueron convertidas las velas del navío: la necesidad de un mundo inclusivo y diverso.

Frente a un hecho así, la relación entre autoridades y artistas en cuanto a la libertad creativa, está más cerca de la obra Nadie Escucha (una torre de pabellones auditivos de acero que van aumentando su tamaño desde la base hasta la punta), levantada por Alexandre Arrechea en el malecón de La Habana.

Pero el acto de prohibir no es extraño en Cuba. Es inherente a un sistema social totalitario que desde sus inicios trazó una política cultural excluyente y represiva. La historia de la revolución está escrita desde la censura.

Los aires de tolerancia alcanzados en los años 80 en un sector artístico que había dejado atrás la imposición del realismo socialista como tendencia creativa, y la exclusión o la cárcel por razones de orientación sexual e ideología, enviaron una señal equivocada.

Las inquietudes estéticas y las obras de transgresión socio políticas mostradas en esa década por los jóvenes artistas agrupados en Paidea, Castillo de la fuerza y Segundos Planes, entre otros que abogaban por “la función desacralizadora del arte sobre la ideología como instrumento de poder”, fueron censuradas con violencia.

En 1990, el desafío a las autoridades lanzado por el joven artista Ángel Delgado, al defecar sobre las páginas entreabiertas del periódico Granma durante la realización de su performance El objeto esculturado, puso punto final al arte de la irreverencia.

La mayoría de los protagonistas que llenaron las calles e instituciones culturales de La Habana de los 80 e inicios de los 90 con su estética cuestionadora y desmitificante del poder y la gloria revolucionarios, fueron a dar al exilio con su arte.

Jóvenes talentos de la época hoy consagrados en el extranjero como José Bedia, Arturo Cuenca y Tomás Sánchez, pagaron con el exilio su derecho a ejercer dentro de la isla la libertad de creación.

Por eso a nadie sorprende el acto de censura contra Luís Trápaga Brito,

Casa tomada, el proyecto de Rafael Gómez.
Casa tomada, proyecto de Rafael Gómez.

que viene a ser continuación de tantos efectuados desde la sombra del poder, o a la luz pública, en los últimos años.

Casa tomada, un proyecto itinerante de intervención urbana, donde más de 1500 hormigas en esculturas se repliegan en fachadas y estructuras arquitectónicas para hablar de la inmigración, el desplazamiento forzado y el desarraigo, tiene similitud con Cuba.

El arte por todas partes, eslogan promocional de la Oncena Bienal de la Habana, adquiere otra connotación en voz de una joven que frente a una muestra alternativa lo rebautizó: “velARTE” por todas partes.

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