cisne-negro-761516En un artículo del periódico Granma, órgano oficial del partido comunista de Cuba, edición 9 de diciembre de 2009, se intenta descalificar a Carlos Moore, un destacado militante antirracista cubano, profesor e investigador y con una amplia obra sobre temas raciales, que toca el tema del racismo tanto en Cuba como en otras partes del mundo. Todo, por lo que podríamos llamar, en propiedad y con sentido hemisférico, la Declaración afroamericana a favor de los derechos civiles en Cuba. Afrobrasileños, afrocaribeños y afronorteamericanos se han expresado, sucesiva y separadamente, a favor de los militantes antirracistas cubanos.

Carlos Moore imparte conferencias en América Latina, Estados Unidos y África, y es una prestigiosa figura reconocida en diversos sectores académicos de mucha magnitud y densidad cultural e intelectual. Es, por más señas, un hombre de izquierdas que ha sabido, independientemente, moverse con determinación, modales y finura dentro del enmarañado escenario de la lucha por los derechos civiles, el respeto a las minorías, a la identidad y el reconocimiento raciales, sin caer en el juego del dinero y los intereses tradicionales de Washington.

De un hombre así Granma habla mal; pero lo hace mal. ¿Y Por qué lo ataca? Pues porque el compatriota Moore acaba de romper, casi simultáneamente, el monopolio que el gobierno cubano conservaba más o menos intacto, hasta el 1 de diciembre de 2009, sobre aquellos tres pivotes fundamentales en las Américas: los afrobrasileños, los afrocaribeños y los afronorteamericanos. Hasta esa fecha, podría decirse que estos importantes sectores tenían una visión compacta en torno a una imagen tópica: Cuba como cierta Isla de Tule con una obra social inigualable destinada, primorosamente, a los negros, mestizos y pobres en Cuba.

La ruptura de este monopolio desnuda al rey y lo deja sin guardarropa. Y las razones se exponen así: podría decirse de todos estos sectores que son antisistema, entendiendo por sistema las pautas hegemónicas sobre las que se funda el modelo cultural de dominación en las Américas, y del cual el gobierno cubano forma parte, socialistamente. Ellos no pueden ser acusados, tampoco, de trabajar a favor de los servicios de inteligencia occidentales ni pueden ser implicados, por defecto, en los diseños típicos del real o supuesto eje Miami-Washington.

De manera que la teoría del cisne negro adquiere una interesante confirmación en este específico caso. Si la previsibilidad de la crítica al gobierno cubano le había permitido armar una defensa geopolítica ciertamente eficaz en varios temas, culpando previsiblemente al “imperialismo” de todos los males y de todas las críticas, por aquello de que todos los cisnes son blancos, las declaraciones de los afroamericanos, en el sentido hemisférico del término, vienen a sorprender a las autoridades cubanas de un modo indeseable, confirmando el descubrimiento australiano de que también hay sorpresivos cisnes negros.

No es lo mismo ser acusado de violar los derechos humanos, así en abstracto, que ser acusado de racista. En el primer caso, Bush, como el síndrome de China, está por todas partes; pero, ¿por dónde anda Bush en el segundo caso?

Estas declaraciones acaban de completar un proceso difícil en toda la imaginería global alrededor de Cuba. No solo somos un país fallido, desigual, improductivo, mal educado, con una cola interminable de faltas de ortografía y bastante violento, sino también racista, en la visión de importantes sectores de opinión en el mundo. Lo que equivale a decir que acabamos de completar por fin el importantísimo círculo de normalización en el concierto de naciones; algo básico para asumir un enfoque maduro en la necesaria refundación que necesita el país. Una foto que recoja todos nuestros rasgos, sin retoques de photoshop, nos ayuda a tener una mejor percepción de lo que somos. De tal manera, se puede asegurar que el futuro estará mejor garantizado: sin autoengaños.

Según Granma, Moore es el arquitecto de todo aquello; y, al atajar al arquitecto, hace unas cuantas movidas erráticas.

Primero, dice que Carlos Moore es de “origen cubano”. Lo cual es verdad, solo que es una verdad compartida por todos los cubanos. Así, con el intento de convertir en un ataque político una clasificación empleada por los departamentos de inmigración del primer mundo, reproduce un concepto frecuentemente utilizado por sectores racistas para ofender y excluir a quienes no comparten la pretendida pureza de algo. Granma tiende a utilizar peyorativamente esta clasificación cada vez que intenta atacar a sus adversarios cubanos que viven en el exterior, sin advertir que con ello reafirma un estereotipo racista. Una constante mordida en la propia cola que revela desesperación incontrolada.

Segundo, afirma que Moore “se presenta como ‘especialista en temas raciales”. Lo que podría ser contestado diciendo, del mismo modo, que Granma se presenta como un periódico. Es el tipo de crítica que emana de los cartones cubanos de Elpidio Valdés, donde los españoles de las guerras cubanas del siglo XIX son presentados casi como supuestos soldados. Una crítica débil que quiere denunciar una impostura y que, en el caso de Moore, solo ofende a las numerosas universidades y editoriales en el mundo que acogen sus conferencias y publican sus libros.

Tercero, adelanta la idea de que Moore “había logrado embaucar a un respetable activista del movimiento de vindicación de la población negra brasileña”, cuyo nombre, no sé por qué Granma no lo menciona, es Abdias Nascimento, otro hombre de izquierdas. Aquí, incapaz de captar la médula y sustancia del debate racial en las Américas, Granma comete un error de bulto: pierde de vista que la autoestima es el pilar específico de los movimientos de emancipación negra, y ésta no tolera la manipulación. De modo que la sospecha y la desconfianza frente a los posibles embustes del otro son los primeros dispositivos, casi naturales, de los negros autoemancipados de este hemisferio. Granma insulta así a Abdias Nascimento y, por extensión, a afrocaribeños y afronorteamericanos. Pienso que por ignorancia antropológica más que por voluntad denigratoria.

Cuarto, el órgano oficial del partido comunista repite sus ataques habituales contra los disidentes, y se revela del deber de probar sus afirmaciones. Decir que el Dr. Darsi Ferrer, sujeto concreto, pero no único, de solidaridad en todas las declaraciones, es “uno de los beneficiarios de los fondos de la política anticubana de las administraciones norteamericanas” solo puede ser tomado o como un trámite retórico del periodismo militante o como un despropósito políticamente motivado.

Granma debería, ante todo, ofrecer pruebas reales, no convicciones medievales, de semejante acusación, y en el camino visitar el domicilio del Dr. Ferrer para verificar sus magras condiciones de existencia y su casa deshilachada. Por cierto, eso de los fondos norteamericanos debería ser utilizado con extremo cuidado por las autoridades cubanas, porque la cantidad de proyectos tanto institucionales como personales de todo tipo que han sido financiados a la Cuba oficial y oficiosa por la USAID o por fundaciones estadounidenses llenan una larga lista pública; aunque, no sé por qué, nunca publicada. Lista que, por demás, no es de mi interés.

Y claro que el Dr. Ferrer no fue encarcelado por su condición de negro. La cosa no es tan burda en la tierra del racismo cordial, listo y astuto. No. El problema es que su condición racial le hace la cosa más difícil, y activa la vía más expedita para el despliegue de los prejuicios raciales — no otra cosa que el racismo en forma de prejuicios— que moviliza la mentalidad al uso. Precisamente porque no se concibe que un negro ande protestando por ahí, se le echa más en cara y se le hace sentir más duro su “ingratitud”. Yo he sido testigo de como a Ferrer se le ha espetado directamente una de las frases más humillantes que se puedan escuchar: “parece mentira que seas negro”. Una frase así pesa en la comunidad, con la policía, en la cárcel, en los testigos, en el juicio y en las condenas… y en los sueños. No de otro modo, tomando en cuenta nuestra particular historia de las mentalidades, se puede explicar el triste caso de Pánfilo, la condena a prisión de Juan Carlos Robinson, —ex de todo en un gobierno al que se coló en la era de las cuotas—, por un delito bastante extravagante en Cuba como el de tráfico de influencias, y otros tantas cosas que no menciono por pudor, generosidad y respeto a la memoria. De eso se trata en Cuba.

Quinto, y aquí nos enfrentamos, una vez más, al caso típico de uso del derecho a la opinión como recurso periodístico para enmascarar el objeto de debate. Claro que no me explico cómo se hace a favor de Moore. Utilizar el comentario de Leroi Jones, un afroamericano prestigioso, para descalificar a Moore, es como querer emplear la libertad de expresión para descalificar la misma libertad de expresión.

Jones piensa —en ejercicio de su pleno derecho— que Moore se repite en una “viciosa provocación” y Granma reconoce, a través de Jones, que Moore viene hablando del tema desde los años sesenta. Lo cual significa que nuestro compatriota tuvo la visión de ver el problema desde los inicios y la paciencia suficiente para esperar que las voces legítimas del norte se decidieran a hablar de la viciosa reproducción del racismo en Cuba, un problema bastante evidente. Granma tendría que ser más cuidadoso, y advertir que el uso de las palabras debe ser cauteloso porque proporciona metáforas excelentes para calificar más una situación que a un hombre. Vindicándole.

Sexto, Granma intenta explotar el tema de la retractación de una importante activista, Makani Themba-Nixon, que en principio había estampado su firma en la declaración del norte. Me llama la atención poderosamente cómo el periódico no se da cuenta que retractarse es confirmar. Solo en el derecho la retractación tiene valor, no en psicología. Este caso revela tanto el dispositivo de sospecha natural más arriba descrito, como las dudas que se pueden tener en conciencia. Asimismo, muestra cuán profundo caló la propaganda del gobierno en los sectores afronorteamericanos. Nada más. Retirar un nombre “porque está siendo manipulada (la declaración) para ayudar a restarle legitimidad al importante proyecto social que se lleva a cabo en esa nación”, no niega la denuncia; solo alimenta, entre otras cosas, una paradoja, más ideológica que real: la de un proyecto social que convive con el racismo.

Séptimo, y finalmente, el órgano oficial del partido comunista todavía intenta convencer con el desgastado proyecto del turismo revolucionario. Son legión las visitas de los extranjeros a Cuba para confirmar in situ lo que ya llevan in petto,… a buena distancia. Recuerdo en mi adolescencia a chilenos y uruguayos viniendo a Cuba, y yendo en fila hacia el campamento Julio Antonio Mella, montado para la ocasión en la zona de Caimito en La Habana, con el propósito de corear los rápidos avances de Cuba por la senda izquierda. Muchos nunca más volvieron y otros, que llegaron exiliados de las dictaduras en Sudamérica, siguieron viaje apresurado hacia Suecia o algún que otro destino europeo.

El éxito real del turismo revolucionario cubano hay que anotarlo, sin embargo, no tanto en Europa o América Latina como en los Estados Unidos. Hasta hoy algunos estadounidenses siguen hablando, contra todas las doctrinas y muchas evidencias, de algo así como un proyecto socialista que camina hacia su perfección. Yo no sé si reír o llorar cuando escucho o leo semejantes períodos verbales. Seguir afirmando que en Cuba hay o hubo socialismo es seguir juzgando a los proyectos o a las personas por lo que estos dicen o han dicho de sí mismos. Una operación intelectual contra la que prevenía el mismísimo Carlos Marx.

Decir que en Cuba hay determinados programas sociales, ya en fuga, a favor de las mayorías es más cercano a la realidad; pero un modelo jesuita como el cubano, en el que los “ciudadanos” tienen que pedir autorización al Estado para salir o abandonar La Misión, no tiene nada que ver con el socialismo, que es un proyecto que exuda modernidad y libertad. Llama la atención cómo algunos afronorteamericanos, dotados por sufrimiento, experiencia y cultura para captar los problemas sensibles de la gente tras las sospechosas máscaras de las palabras, —que el idioma inglés rechaza por su propia estructura—, no vean la marginalidad en medio del “proyecto socialista”. Esto para mí es una situación perpleja de la que, sin embargo, no me quejo: todo ciudadano del mundo tiene derecho a hacer su propia elección y, de paso, ponerse gafas oscuras.

La cosa se pone más complicada cuando esta elección, muy usual en los radicales de izquierda realmente extranjeros, o interesados en la banalidad de retratar personajes garciamarquianos, intenta tener más derechos morales y de cátedra que la visión de los cubanos. Todos podemos optar a la hora de apoyar, criticar o acompañar; lo que Granma no debería hacer, para mantener la plena coherencia, es sugerir que para los cubanos, en temas de Cuba, es más importante la voz de un extranjero que la de un nacional. Tampoco, presuponer que si un extranjero habla con un grupo de cubanos in situ, sabe de, y siente más a Cuba que cualquiera de nosotros, vivamos o no dentro de la isla. Mucho menos, pensar que el turismo revolucionario tiene alguna eficacia mediática y puede ser tomado rigurosamente en serio en tiempos de google earth, memorias flash, blogs, turismo comunitario e Internet. Esto último puede significar una subestimación del vecino más cercano.

Moore ha sido certero. Los cubanos negros, mestizos y blancos, que describen itinerarios más sinuosos en la ciudad que los que dibujan la calle 23, la 5ta. Avenida o los pasillos del poder, no necesitaban desde luego una confirmación afrobrasileña, afrocaribeña o afronorteamericana para existir en medio de los racismos cubanos. Moore es certero, exactamente, porque pudo articular las sensibilidades de un grupo de las mejores voces autorizadas para llamar la atención sobre uno de los problemas más urgentes a resolver y poder, así, completar el proyecto inconcluso de la nación cubana.

A Moore, muchos ciudadanos cubanos, negros, mestizos y blancos, preocupados por el problema con una visión posracial, le agradecen por su perseverancia coronada. Y, para Granma, la pregunta continúa: ¿Es Cuba un país racista?

La conclusión de todo esto es que Cuba duele; también para los afroamericanos.

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Manuel Cuesta Morúa

Secretario General de Corriente Socialista Democrática Cubana

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