- - https://cir-integracion-racial-cuba.org -

El triple discurso de la inconsecuencia

no_racismo1 [1]El debate y las inquietudes sobre el problema racial en Cuba, debates e inquietudes cada vez más incisivos y extendidos, constituyen tal vez el más serio reto intelectual y político que ha enfrentado el alto liderazgo cubano en su dilatada trayectoria pública.

Confrontaciones y desencuentros políticos, muchas veces azuzadas desde el poder a conveniencia, han sido solventados con ventaja e incluso beneficio de imagen, puesto que es muy cómodo y ventajoso ser la débil y heroica victima del imperio mas poderoso y odiado del planeta.

En el caso del problema racial los tradicionales mecanismos y argumentos de impugnación no funcionan, en tanto la descalificación, la ofensa y el insulto iracundo pueden ser  tomados como racismo con graves consecuencias para la imagen del régimen.

La acción de movimientos cívicos que demuestran capacidad de convocatoria y altura intelectual para enfrentar el complejo problema de las relaciones interraciales en Cuba, así como  las criticas y cuestionamientos de sectores influyentes del hemisferio que van proyectando una visión más objetiva sobre la realidad cubana ha generado reacciones diversas por parte de las autoridades de la isla.

El discurso de la negación 

Durante varias décadas los sectores políticos e intelectuales  afro descendientes del continente y especialmente de los Estados Unidos habían prestado poca o superficial atención a las profundas carencias y fracturas que caracterizan las relaciones interraciales en Cuba. El respaldo y las esperanzas que por mucho tiempo ha generado la revolución cubana explican que sólo algunos estudiosos, de manera individual, llamaran la atención sobre la persistencia y complejidad de la problemática racial en el país.

Sin embargo, cuando de manera concertada personalidades sensibilizadas y comprometidas con el destino de los afrodescendientes en el continente proyectaron su inquietud sobre el tema, cuestionando además las responsabilidades de quien detenta el poder, la primera reacción de las autoridades fue proyectar el discurso de la negación a través de un pronunciamiento suscrito por un pequeño grupo de intelectuales claramente comprometidos con el poder.

Haciendo gala de la alienación de los poderes absolutos, a través de argumentos triviales e insostenibles una declaración y un panel televisivo sirvieron para intentar negar la existencia del problema. Una de las razones expuestas en el propósito de probar la inexistencia de implicación responsable fue las llamadas misiones internacionalistas, es decir las incursiones militares en conflictos de otros continentes bajo la égida de la fenecida Unión Soviética.

Tal vez, de manera inocente,  las autoridades cubanas pierdan de vista que con la participación ingerencista en los conflictos internos de lejanas naciones, en el marco de las confrontaciones geopolíticas propias de la guerra fría, los soldados cubanos fueron a Angola y Etiopía precisamente a matar negros.  Es posible que los jerarcas de La Habana creyeron hacer un gran aporte a la lucha contra el racismo ametrallando quimbos (aldeas) ─y los cubanos que sufrieron la traumática experiencia internacionalista saben de que hablo─ ya que después de cada incursión habrían menos  negros para ser discriminados.

Otro argumento esgrimido por los voceros oficialistas fue las posibilidades de preparación técnica y profesional concedidas a estudiantes africanos en el país. Ciertamente esos programas han dotado de instrucción a un número considerable de jóvenes de esos países, conocimientos que, por fortuna, generalmente no han sido utilizados para reproducir en sus países el sistema cubano, sin embargo no es secreto los intereses políticos que para el gobierno cubano revisten estos programas en termino de imagen y exportación del modelo, amen de que muchos de esos estudiantes africanos y caribeños también han percibido y sufrido los ardores racistas que todavía laten al interior de la sociedad cubana.

Mucho menos serios son los intentos de argumentar la ausencia de racismo aduciendo la existencia de grupos artísticos folklóricos y parejas interraciales. Además del clásico problema del control y la manipulación de los proyectos y manifestaciones culturales, el trabajo encomiable de estos artistas consagrados no ha logrado el verdadero reconocimiento de los aportes que las tradiciones africanas han hecho a la cultura y el ser nacional cubano.

Al parecer presionados en el intento desesperado de limpiar de culpas a sus lideres, los voceros pierden de vista que uno de los principales problemas de la Cuba actual es que ese creciente mestizaje que vivimos no encuentra el pertinente reflejo en los espacios simbólicos, mediáticos y culturales del país.

De cualquier manera resulta triste y preocupante apreciar como la desesperación y la impotencia argumental puede llevar a perder el rumbo con alegaciones tan débiles que nada tienen que ver con la esencia de los cuestionamientos, ni con la realidad que inquieta a muchos ciudadanos que, aunque no tienen voz ni espacios, si sienten hondo la dimensión de la tragedia.

La aceptación mediatizada

Durante mucho tiempo el problema racial fue dado por resuelto. Solo en cenáculos intelectuales cerrados y fiscalizados se reproducían una y otra vez debates que no tenían reflejo ni alcance social. Al parecer  la fuente y alcance del nuevo cuestionamiento obligó a las autoridades cubanas a tratar públicamente el tema racial por primera vez en mucho tiempo.

El programa televisivo diario «Mesa Redonda», en el cual se exponen oficialmente las posiciones del gobierno y que intenta inducir la opinión de la sociedad sobre los temas que interesan al alto liderazgo, reunió una serie de voces autorizadas para intentar abordar el asunto con mayor rigor intelectual e igual parcialidad política.

Los participantes de una forma u otra reconocieron la persistencia de patrones y referencias excluyentes, así como de desventajas sociales que impiden la concreción de los equilibrios e igualdades preconizados siempre por la revolución.

Allí escuchamos al funcionario oficialmente encargado de dirigir la comisión recién creada para atender el tema. El señor, quien tiene muy poco que decir, además de usar una talla enorme de sumisión y servilismo, llegó a reconocer el asombro que lo embargó el día en que, ya en plena madurez, lo invitaron a un evento teórico sobre el racismo.

Algunos panelistas señalaron el monopolio sobre el conocimiento como la causa histórica del racismo y un destacado investigador sacó de la manga la teoría del racismo defensivo y de baja intensidad.

El dominio del conocimiento constituye uno de los argumentos más débiles y pueriles para explicar el racismo en Cuba en tanto a lo largo de nuestra historia muchos negros y mestizos derrocharon talento, capacidades,  esfuerzos y entrega para hacer considerables aportes a las construcciones sociales y culturales de la nación, sin lograr el reconocimiento, la inclusión y los espacios que merecen.

Antes de la revolución el mismísimo gobernante del país Fulgencio Batista fue siempre vetado por los beneficiarios de su poder para compartir sus exclusivos  espacios recreativos precisamente por considerarlo no blanco. Después de la revolución muchos negros han logrado una adecuada preparación técnica y profesional pero persiste una lacerante desproporción en el acceso a los espacios laborales de mayor estatus y a las estructuras de poder. ¿Que más tenían que saber o demostrar los talentosos bailarines negros que han sido victimas, a través de los años, de la autocrática cúpula racista del Ballet Nacional de Cuba?

Como admitir la trasnochada tesis del racismo defensivo. Un individuo o grupo se defiende de una agresión o amenaza fundada, pero si la persistencia de patrones discriminatorios y excluyentes se toma como defensa, esa defensa es culpable. En todo caso el racismo defensivo podría ser el de los negros, porque todo grupo agredido, discriminado y satanizado tiene como reacción normal el rechazo y el resentimiento, pero aunque histórica, psicológica y sociologicamente explicable ni siquiera el racismo al revés es justificable, es necesario promover los mecanismos estructurales educacionales y culturales para combatirlo.

Por otra parte casi no merece comentario el concepto de baja intensidad. Esta claro que el racismo en Cuba no puede ser el del linchamiento permanente, habida cuenta de las particularidades socio históricas de la ancestral convivencia interracial. El racismo en Cuba no puede ser el del linchamiento porque no se puede masacrar a la mitad de la población, a los que van a trabajar cuando hay que producir y a los que van a morir cuando hay que hacer la guerra en la manigua redentora o en la lejana jungla africana. El permanente desprecio, menosprecio y subalternización e invisibilización pueden ser asumidos como baja intensidad cuando no se han sufrido en carne propia,

Cualquiera podría pensar que para este señor es cómodo y fácil ver el problema en esa dimensión porque vive con la seguridad de que sus hijos, al salir de su casa, no van a ser victimas de la abusiva arbitrariedad de los agentes del orden por la sola razón de ser asumidos visualmente como blancos, pero lo lamentable de tal desvarío argumental  es que se trata de un problema relacionado con la vida, la dignidad y las relaciones entre los seres humanos, ante lo cual tamaña banalización insensible es reflejo de una mentalidad discriminatoria.

Seguramente los familiares de los tres jóvenes negros ejecutados con toda injusticia y sin ninguna garantía en la aciaga primavera de 2003 ó las decenas de miles de familias afrodescendientes condenadas a la desventaja económica por la dolarización de la sociedad no coinciden con la perspectiva «la baja intensidad».

Los panelistas volvieron a reiterar la necesidad de reformar los programas educacionales y abrir los espacios de intercambio y debate para cambiar los criterios y referencias de la sociedad sobre las relaciones interraciales. Sin embargo este es un reclamo insatisfecho por muchos años. En los últimos lustros los programas y metodologías del sistema educacional han cambiado varias veces ─casi siempre para peor─ pero el tema racial nunca ha encontrado cabida en los programas docentes. Uno de los expositores de aquella tarde, el doctor Eduardo Torres Cuevas, renombrado historiador, nunca ha concedido espacio en sus disertaciones universitarias a las tradiciones, luchas y aportes de los afrodescendientes cubanos a la historia y la cultura nacional.

No faltó en las exposiciones la intensión generalizada de liberar al régimen de sus responsabilidades en las carencias y retrasos que todavía arrastramos en cuanto a la integración racial. El argumento más socorrido es: «la revolución ha hecho por los negros».

Lo único que tienen que hacer los que gobiernan es reconocer a los afrodecendientes cubanos sus derechos, independencia e identidad, para que de una vez dejemos de ser objetos de la acción discriminatoria o paternalista de las elites hegemónicas, que más allá de su ropaje ideológico o discurso político nunca han permitido que los negros cubanos sean sujetos protagonistas de su propio destino, ni reconocido el real aporte de los africanos y sus descendientes a la forja y desarrollo de la nación cubana.

El problema esencial y primario que confrontan las autoridades cubanas al abordar el complejo tema radica en que el enfrentamiento al mismo pasa irremisiblemente por la promoción del debate abierto, horizontal y desprejuiciado del asunto, pero en un país donde no existe debate sobre nada, ¿Cómo promover el debate acerca de un tema de enorme  trascendencia para el presente y futuro de nuestra convivencia  que los llena de culpas y deudas históricas?

El discurso de la intolerancia

Paralelamente a los limitados abordajes mediáticos e intelectuales persiste el discurso de la intolerancia. Los activistas cívicos que trabajamos pacíficamente a favor de la más plena integración racial hemos sido continuamente víctimas del nerviosismo de Estado, que con mucha facilidad se convierte en represión descarnada.

Son varios los instrumentos y mecanismos que las autoridades utilizan para tratar de limitar el alcance de las plataformas cívicas pro integración. Las campañas de calumnia y descrédito sobre la legitimidad de los proyectos independientes, pretenden, de paso, sembrar el temor en los sectores intelectuales vinculados al oficialismo que se interesen por las propuestas alternativas.

Las ya acostumbradas acciones de acoso y amenazas han llegado en este caso a intentar sembrar el pánico en los familiares de los activistas. Sin embargo la medida más desesperada y que a la vez confirma el real peligro que los movimientos independientes representan para la vocación de intolerancia del régimen es la de impedir la entrada de los activistas cívicos a esos espacios fiscalizados de debate, en ocasiones utilizando intensos operativos policiales.

Con el problema racial las autoridades cubanas enfrentan un reto enorme, las serias fracturas sociales generadas por tantos años de desigualdades e injustas exclusiones, el silencio impuesto sobre un tema capital para nuestra convivencia nacional, el interés generado por el asunto en observadores e interlocutores foráneos y la solidez intelectual que muestran las plataformas cívicas independientes y que pueden convertirse en la voz de la inquietud que bulle en la base de la sociedad, indican la necesidad urgente de un cambio de actitud de los gobernantes.

La aceptación de las responsabilidades propias, de los derechos y legitimidades ajenas, así como el compromiso sincero y efectivo con la diversidad y el pluralismo constituirían un aporte trascendental al necesario proceso de reencuentro con la verdad histórica, y con nuestra identidad.

 

Leonardo Calvo Cárdenas

Historiador y politólogo